Hace poco llegó a mis ojos la noticia de que había aparecido un libro sobre el libro de Francesc Vicent: “El incunable de la reina del ajedrez”. Su autor, Rafael Martín Artíguez, es una persona muy vinculada al entorno cultural de Segorbe, ciudad de la que es Cronista Oficial. Y Segorbe es la ciudad natal de ese personaje misterioso del ajedrez que es Francesc Vicent, del que se sabe poco más que su lugar de nacimiento y el título del libro que publicó en 1495.
Parecía obligado hacerse con el libro. El de Rafael Martín, ya que el de Francesc Vicent lleva siglos en busca y captura infructuosa. Pero no fue fácil, no.
Uno de los tópicos literarios más socorridos es el de la búsqueda de un libro. A los ingredientes de la trama detectivesca aúna el carácter fetichista de ese objeto reverenciado desde hace miles de años que llamamos libro. Y si además, se trata de ajedrez y de la búsqueda de ese otro libro, el de Francesc Vicent…
Abrevio. Después de intentarlo en varias librerías de Segorbe, al final lo conseguí en la de sugerente nombre “París Valencia”, en Valencia. Una librería que, a pesar de estar montada en la inmediatez del comercio electrónico, no es blitz ni bullet, sino que después de haber confirmado mi pedido y su pronto pago, se tomó sus buenas tres semanas en servírmelo, como si de una partida al viejo estilo, aplazada con jugada secreta, se tratara. Quizás desde París me hubiera llegado antes.
Una vez en mis manos y después de sonreírme ante el colofón que informaba de que ese libro se había acabado de imprimir el 15 de mayo de 2020, en el 525 aniversario de la publicación del “Llibre dels jocs partits dels schachs en nombre de 100”, me descolocó comprobar que se trataba de una novela. ¿Una novela?
Varias horas de lectura después cerraba la última página de un artefacto literario bastante singular. ¿Es una novela? Pues sí y no. Me hizo gracia ese narrador sin nombre en primera persona y sus peripecias tan cómicas que me recordaban al Barón de Münchhausen. Pero a ratos, la obra toma tintes dramáticos y sobrecogedores, de novela histórica en su pleno sentido lukacsiano o manzoniano, como cuando narra la desaparición de los últimos 30 ejemplares del “Llibre dels jocs partits” a manos de una pesquisa inquisitorial que se abate como una plaga bíblica sobre la ciudad de Segorbe. Un buen ingrediente novelesco, pero no desencaminado de lo que realmente ocurrió.
Pero no se escribe una novela, pensaba yo, para argumentar en torno a una identificación histórica, sobre si tal o cual reina inspiró la reforma del juego del ajedrez, que es, al parecer, el leitmotif de la obra. Uno esperaría en este caso un sesudo artículo lleno de citas y consideraciones, pero no que todo eso se intercalara dentro de las aventuras de ese anónimo joven valenciano. Bueno, el libro es el que es y no vas a excluirlo de tu biblioteca porque no se ajuste a tus esquemas preconcebidos. Después de cerrar sus páginas con una sonrisa munchhausiana, ahora toca comentar con total seriedad lo que nos aporta Rafael Martín Artíguez sobre el origen del ajedrez moderno en Segorbe y Valencia a finales del siglo XV.
De entrada, no cabe duda de la excelente documentación y conocimiento que el autor tiene sobre la época, el lugar y el personaje histórico de Francesc Vicent. Nos ha abierto los ojos sobre una figura histórica poco conocida, pero digna de figurar en el catálogo de mujeres inspiradoras de la reina del ajedrez: María de Luna, reina de Aragón. Reina consorte de Martín el Humano, un rey con una buena colección de juegos y libros de ajedrez, a juzgar por un catálogo inventario que se conserva de sus bieneas. María de Luna tuvo un papel decisivo en la preservación de la Corona frente a otros aspirantes, mientras su marido estaba ausente en Sicilia. Sin lugar a dudas, Marilyn Yalom la hubiera incluido en su nómina de «cuentos de la criada» ejemplares.
Porque esta es la tesis de Rafael Martín: la reina del ajedrez a la que se invoca en el poema Scachs d’amor de Fenollar, Castellví y Vinyoles, contemporáneos de Francesc Vicent, no es Isabel I de Castilla, reina extranjera, sino Maria de Luna, reina de Aragón, señora de Segorbe, nacida en Segorbe y enterrada también en Segorbe, como sus tres hijos.
Con esta tesis, Rafael Martín se enfrenta a la interpretación hasta ahora no cuestionada que realiza Jose Antonio Garzón de la estrofa 54 de Scachs d’amor como una referencia a la coronación de Isabel I de Castilla, apoyándose en la referencia a “la espada” como un atributo de la reina, algo que coincidiría con un detalle de la coronación en Segovia de 1474: que Isabel I de Castilla, para asombro de sus contemporáneos, exhibió delante de ella en el cortejo de la coronación la “espada de justicia”, un atributo viril impropio de una mujer que enfadó incluso a su marido Fernando.
La argumentación de Rafael Martín contra esta interpretación no es baladí. En primer lugar, pone en duda que la coronación de Segovia se produjera en esos términos, según los testimonios más directos y cercanos al momento de la ceremonia, atribuyendo la exhibición de la espada a una reconstrucción propagandística posterior. Y aún así, en esta reconstrucción, la reina no empuña la espada, sino que ésta es exhibida delante de ella.
En segundo lugar, cuestiona que “lo pom”, la expresión valenciano-catalana del verso del poema que dice “prenent lo pom, lo ceptr’e la cadira”, deba traducirse por “espada” como hizo en 1913 Ramón Miquel i Planas (¿por qué?). Es cierto que la espada “tiene pomo”, como el tirador de una puerta o la agarradera de una palanca de cambios. Pero no se conocen otros usos literarios de la parte por el todo, del pomo por la espada.
Por el contrario, y éste sería su tercer y más contundente argumento, “lo pom” se utiliza en el ámbito del ceremonial de coronación aragonés para referirse a la bola, coronada a menudo con una cruz, que simboliza el mundo, el orbe, sometido al monarca. Es un atributo que se remonta a los emperadores bizantinos y que fue adoptado explícitamente por los monarcas de la Corona de Aragón. Es el globo cruciger latino, el Reichsapfel alemán. Y muy en particular “lo pom, lo ceptr’e la cadira” fueron explícitamente utilizados en la coronación de Maria de Luna el 23 de abril de 1399 en Zaragoza, como atributos de la dignidad real que recibía como reina consorte de Aragón.
Los argumentos de Rafael Martín no son fáciles de desechar. Es mucho más que plausible suponer que tres miembros de la administración de la Corona de Aragón como eran Fenollar, Vinyoles y Castellví, estuvieran familiarizados justamente con ese ceremonial propio de su país y recurrieran a él en la estrofa 54. Es mucho más plausible que la suposición de Garzón de que pretendieran insertar una alusión a un detalle de la coronación de Isabel I de Castilla de dudosa veracidad y también de dudoso conocimiento por parte de los tres poetas. ¿Qué pretendían los autores?, nos debemos preguntar. Alegorizar la nueva pieza del ajedrez con la reina del mundo real, es la respuesta. ¿Es necesario suponer que los tres poetas tuvieron que elegir entre Isabel I de Castilla, la reina contemporánea pero extranjera, o María de Luna, la reina vernácula desaparecida setenta años antes? No es necesario. Scachs d’amor es un poema alegórico. Se refiere al orden político y social del medievo, en general. Fenollar, Vinyoles y Castellví pudieron tener en mente a ambas reinas como ejemplo de todas las reinas, que es el sentido de su alegoría. Y el ritual aragonés de coronación les valía.
Lo que no impide, y es además plausible, que los autores de Scachs d’amor desearan una identificación entre la nueva Dama que ya jugaba en los tableros y una reina prestigiada del mundo real. Ello facilitaría la difusión y extensión de la nueva modalidad de juego. Es como conseguir que un famoso te grabe un anuncio de tu producto. ¿Qué otra reina mejor que la estrella emergente del momento, Isabel I de Castilla?
Nos incita a esta suposición el hecho de que Scachs d’amor no pasara por la imprenta. Los nombres de Fenollar, Vinyoles y Castellví están muy ligados al impulso de la imprenta en Valencia. Resulta difícil pensar que no quisieran dar luz a una obra tan singular, pero hacerlo, y hacerlo con la intencionalidad que les suponemos, requeriría de una consulta previa con Fernando, que además era un notorio jugador de ajedrez. Sabemos que Fernando estaba escocido por la determinación con la que Isabel se había proclamado reina. Su enfado dio lugar a una compleja negociación diplomática entre los dos esposos que concluyó con la Concordia de Segovia del 15 de enero de 1475. Si los tres alegres poetas mancomunados le consultaron indirectamente la conveniencia de imprimir Scachs d’amor, era de esperar que en lugar de permiso recibieran una discreta colleja real, ya que en esa partida la Reina apabulla al Rey.
Pero todo esto son especulaciones. Terreno abonado para la fabulación literaria y la fantasía combinativa. Un historiador, por mucho que le apasione lo que estudia, debe trazar una raya clara delimitadora entre lo constatado y lo que podemos imaginar que pudo ocurrir, y culminar su investigación con la técnica rigurosa del final.