El blog de Chessbase publicó recientemente un artículo acerca de la posible inspiración en la reina aragonesa María de Luna del poema valenciano Scachs d’amor, universalmente aceptado como la transcripción del primer juego conocido de la nueva “Reina del Ajedrez”, la que dota, junto con el nuevo alfil, al ajedrez moderno de sus características esenciales. Contra esta publicación sale en tromba el experto argentino Sergio Negri, descalificándola como patrioterismo estrecho de miras y apelando a Chessbase a no dar cancha a este “error”.
Parece que Sergio Negri se ha pasado de frenada, ayudado quizás por una omisión seguro que no intencionada en el artículo de Sergio Nuñez de Arenas y Francisco Rubio. Efectivamente, el artículo se desliza sin transición desde la reina altomedieval resignificadora del alferza árabe, a la reina dotada de superpoderes del nuevo modo de juego inaugurado por Scachs d’amor. Son dos pasos, dos momentos separados por cuatro siglos, que el texto debería haber marcado, como sí se marcan en este blog, donde se les dedican dos artículos independientes, o mejor dicho, dos y medio, después de que tuvimos que reconocer que Rafael Martín Artíguez tenía razón sobre el ceremonial de coronación aragonés reflejado en el poema:
Pero es obvio: nadie, ni en Valencia, ni en Salamanca, ni en Buenos Aires, va a sostener que los valencianos de finales del siglo XIV Castellví, Vinyoles y Fenollar, hubieran inspirado el manuscrito de Einsiedeln de finales del siglo X.
La arremetida de Sergio Negri al localismo me ha recordado la peripecia vital e intelectual del filólogo Mariano González Campo. De origen murciano, no se especializó en el estudio del panocho, dialecto del castellano propio de la Huerta de Murcia. Bien al contrario, muy tempranamente se mudó a Bergen y luego a las islas Feroe, desde donde ha contribuido con una gramática a fijar la lengua feroesa, así como a editar y difundir la literatura medieval, sagas y baladas de este país tan lejano por geografía y por historia.
Sin embargo, estoy seguro que si Mariano González Campo hubiera puesto su mirada en el panocho (o en cualquier otra cosa), hubiera encontrado cosas singulares que a los demás se nos pasan por alto. Inversamente, la estrechez de miras puede afectar tanto a la mirada en corto, local, como a la mirada universal.
Queda fuera del ámbito de este blog (por su extensión) poner orden en la historia del ajedrez medieval que nos lleva al ajedrez moderno. Simplemente, reclamaría tanto a autores como a lectores que trazaran una gruesa línea deslindando los hechos de los indicios, y otra aún más gruesa para separar los hechos y los indicios de las especulaciones que convienen a nuestras hipótesis e ideas preconcebidas. El entusiasmo por las propias hipótesis es un excelente acicate para el trabajo, pero nos lleva con demasiada frecuencia a afirmaciones demasiado atrevidas.
Sería muy largo revisar con arreglo a estos criterios todos los pasos dados por Averbach, Calvo y Garzón, principales hitos en la investigación del origen del ajedrez moderno. Simplemente a título de ejemplo, una pequeña muestra.
Es un hecho acreditado por Averbach que el libro de Lucena y el de Damiano comparten en gran medida su contenido ajedrecístico. Más de 90 problemas se repiten en uno y otro. Puesto que el libro de Lucena se imprime en 1497 y el de Damiano en 1512, caben dos hipótesis: que Lucena fuera fuente de Damiano o que ambos compartieran una fuente común.
Hay indicios de que el libro de Lucena, del que se editaron pocos ejemplares en una edición de lujo destinada a impresionar al príncipe Juan, no tuvo apenas difusión durante siglos, llegando a ser conocido por la comunidad ajedrecística solo a partir del siglo XIX. Eso inclina la hipótesis hacia una fuente común a ambos. Averbach menciona como candidato (hipótesis) el libro perdido de Francesc Vicent, impreso en 1495, cuyo contenido se desconoce, pero cuyo número, 100 problemas, casa muy bien con el contenido común a Lucena y Damiano (un remoto indicio). Suponiendo también (hipótesis), que esos 100 problemas serían mayoritariamente de ajedrez moderno, dada su cercanía geográfica y cronológica al poema Scachs d’amor.
Después de Averbach aparece Ricardo Calvo. Sus investigaciones establecen otr hecho: que hacia 1497 los impresores valencianos de origen alemán Hutz y Hagenbach migraron a Salamanca y Toledo respectivamente. Este hecho es un indicio de que uno de ellos, Hutz, le pudo enseñar a Lucena el libro de Francesc Vicent. Indicio que da un poco más de fuerza a la hipótesis averbachiana de una fuente común con nombre propio: Francesc Vicent.
Pero Ricardo Calvo se adentra en el proceloso mundo de las especulaciones con el colectivo judeoconverso. Proceloso porque, precisamente por la persecución de que eran objeto, los judeoconversos tienden a ocultar su rastro en muchas ocasiones. Al mismo tiempo, sociológicamente muy interesante.
Hay indicios de la condición judeoconversa de Lucena, Castellví, Vinyoles, Fenollar y Francesc Vicent. Francesc Vicent, a quien se identifica por otro indicio con un comerciante de seda y prócer local segorbino, desaparece de la escena poco después de impreso su libro. Lucena también desaparece de la escena después de 1497. Sobre Lucena, hay indicios de su posible parentesco (hijo bastardo) con un diplomático al servicio de Fernando de Aragón perseguido por la Inquisición. Ricardo Calvo especula con Valencia como punto de contacto entre el diplomático padre de Lucena y los ajedrecistas judeoconversos valencianos, algunos de los cuales ejercían cargos públicos que requerían el visto bueno de Fernando el Católico. Y se supone que jugarían al ajedrez entre ellos.
Hasta aquí, Averbach y Calvo solo nos han dado un hecho, varios indicios y una hipótesis sobre el libro desaparecido de Francesc Vicent como fuente común del libro de Lucena y del libro de Damiano, pero nada más. Habría que seguir sumando y pasando por el filtro toda la investigación posterior de Jose Antonio Garzón, que es mucha y muy interesante, llena de detalles sugestivos y novelescos. Pero de la que adelanto a bote pronto que no contiene ninguna prueba concluyente que acredite que el libro de Francesc Vicent es la fuente del libro de ajedrez más difundido de la historia: el libro de Damiano.
Nada más. Solo concluir que el trabajo de investigación realizado en estos treinta y ocho años años desde que Averbach lanzara la primera piedra, merece una puesta en valor deslindando lo firmemente acreditado de lo plausible, y todo ello separado de cuanto la fantasía puede imaginar sobre la complicada vida de Francesc Vicent, preceptor de ajedrez de Lucrecia Borgia y alter ego de Damiano, el portugués del que nadie sabe nada pero que escribe en italiano y castellano.
El ajuste de la movilidad de la dama, ocurrida desde el s. XV, se debe a la armonización del juego con el Número de Oro. Véase, Reforma del ajedrez y el Número de Oro.