El pasado 1º de abril, día que corresponde a nuestro 28 de diciembre en aproximadamente 14 países del mundo mundial, el blog de Chessbase en lengua inglesa nos gastó una broma con mucha miga: nos anunció que la FIDE prepara una revolución en las reglas del ajedrez solo comparable a la que hace 549 años supuso la introducción de los nuevos movimientos de la reina y el alfil frente a su modelo medieval. Nos hizo creer que la FIDE iba a dar una nueva redacción al artículo 2.3 de las “Leyes del Ajedrez”, el que establece la posición inicial de las piezas en el juego. En su lugar y desde el 1º de enero de 2025, la FIDE propondría para las competiciones que se celebraran en los siguientes 12 meses, un subconjunto de 10 posiciones de las 960 posibles en el Ajedrez Aleatorio, Random, 960, Fischer o Freestyle, como se denomina la propuesta realizada en 1996 por el genial Bobby Fischer.
Las reglas del ajedrez Fischer, Random, 960 o “Freestyle”, las conocemos todos, así como su finalidad: acabar!? con la Teoría de Aperturas y conseguir un juego más creativo, espontáneo, propenso a fallos, pero terreno fértil para dar rienda suelta a la creatividad.
Más allá de la broma, el asunto merece una reflexión y no solo porque a nivel de élite son muy expresivas las tomas de posición de Magnus Carlsen. Su preferencia por los ritmos acelerados de juego buscan el lado humano de la competición, las condiciones en las que es más propicio el error tratando de disminuir el impacto de la carga de preparación previa de laboratorio que supone competir al más alto nivel, que está tomando proporciones ridículas. Todos recordamos el terremoto que se produjo en el último match por el Campeonato del Mundo cuando se descubrió la preparación previa entre Ding Liren y su ayudante Richard Rapport a través de cuentas anónimas en lichess.org. O incluso el asunto Niemann-Carlsen, en el que según algunas versiones Niemann habría logrado hackear más o menos casualmente en los días previos a la partida la preparación de una línea muy concreta de apertura realizada por Carlsen o por alguien de su equipo en las bases de datos en la nube de Chessbase.com.
Pero lo que de alguna manera hacía más plausible y creíble esa broma de Chessbase era insinuar que el supuesto anuncio de la FIDE respondía también al deseo de cortar el paso a un competidor en el negocio de administrar el ajedrez: Jan Henric Buettner y sus proyectos, apoyados por Carlsen, para promocionar un “Grand Slam de Ajedrez Freestyle”. ¿No existe el riesgo de que aparezca una Federación deportiva a nivel mundial para regular el “nuevo” ajedrez”, si éste consigue despegar y atraer un número creciente de aficionados? De momento, parece que hay dinero sobre la mesa apostando por ello.
Bien, solo fue una broma. Pero que nos lleva a imaginar cuál sería el impacto de una revolución semejante. ¿Revitalizaría el juego, como ocurrió en el siglo XVI con la aparición de la dama “rabiosa”? ¿Será a costa de dejar de tener el aliciente de la tradición, esa sensación que tenemos cada uno de los aficionados de estar jugando una partida inmortal, la misma partida desde Lucena, Francesc Vicent-Damiano, Ruy López, el Greco, Philidor, Staunton, Morphy, Steinitz, Lasker, Capablanca….?
Si la Teoría del Ajedrez (es decir, no solo la Teoría de Aperturas) hubiera acabado en Nimzowitsch, por ejemplo, seguramente el juego seguiría siendo mucho más placentero que disfuncional, y seguiríamos disfrutando de la sensación de pertenencia a esa tradición cultural, a la partida inmortal. Pero la explosión de la Teoría de Aperturas que hemos conocido en el siglo XX, primero sólo con la tecnología de la imprenta, luego con el Informator yugoslavo (1966), finalmente con los medios electrónicos de registrar millones de partidas, estructurarlas, presentarlas de mil maneras que favorecen su exploración, memorización y mejora (Chessbase y similares), solo se puede comparar a algo así como la carrera armamentística de la Guerra Fría. Añádase que si en los tiempos de la imprenta, reproducir los libros de aperturas requeriría o una capacidad de visualización excepcional que muy pocos tienen o una lectura lenta con tablero al lado, y que jugarlas, única forma de dominarlas, también requeriría el espacio social alrededor del tablero físico, el casino, el club o la escuela deportiva al modo soviético, hoy por el contrario los “juegos de guerra” se pueden practicar con total realismo, con perfecta correlación entre el túnel de viento y la pista de carreras que dirían en la Fórmula 1, merced a los ordenadores y a las redes sociales ajedrecísticas.
La Evolución de la Teoría de Aperturas es inseparable de la evolución de los soportes de lectura del juego. Leer ajedrez ha sido siempre tan importante como jugar.
Esta explosión en la Teoría de Aperturas afecta por igual a la élite y al jugador de club. A la élite, ya hemos visto a qué situaciones ridículas estamos llegando: partidas que se juegan a toda velocidad hasta el movimiento 15 o 20, seguidas de una pausa de más de 20 minutos en la que uno de los rivales trata de dilucidar como enfrentar a la presunta y quizás temible preparación de laboratorio de su contrincante. Una preparación que no es ya la de los tiempos de Botvinnik, humana, sino que esconde el análisis infalible de un programa informático.
Para el jugador de a pie, el panorama es diferente, pero no mejor en mi opinión. Personalmente, como miembro de esa inmensa mayoría de jugadores de club cuyo rating está mil puntos por debajo de la élite, me siento insatisfecho y abrumado por el nivel de preparación de aperturas que me exige la competición. Algunos entrenadores y formadores, con bastante honestidad, suelen recomendar al jugador de bajo nivel que no se preocupe por la teoría de aperturas, sino que juegue esa fase de la partida con arreglo a principios de sentido común: desarrollo de piezas, control del centro, seguridad del rey… Que deje la Teoría de Aperturas para los jugadores titulados. Son los menos. El nicho económico y social de preparadores, monitores de club, youtubers y autores de libros de aperturas, es muy grande, y se alimenta de una realidad que no es ésa, la del jugador que juega solo armado por su capacidad de cálculo y su sentido común. La realidad es una carrera armamentística en la que todo el mundo acaba cayendo. Si tu rival juega sólo con el sentido común, de entrada estáis en igualdad de condiciones. Pero si uno de los dos plantea una defensa o una apertura o un gambito que ha trabajado un poco, es fácil que el sentido común no sea suficiente para igualar, aunque solo sea a nivel de reloj, de tiempo ganado y no consumido. Al final, todo el mundo aprende aperturas, porque sus rivales ya lo están haciendo.
No es desdeñable el efecto que tiene en esta carrera armamentística la eclosión de jugadores entre los 7 y los 17 años. Si, como dice Fernand Gobet, la pericia ajedrecística no se alcanza antes de diez años o diez mil horas de práctica, ese periodo de infancia y adolescencia es con mucho el más fértil, el que mejor se aprovecha, y sus resultados se aprecian en el rating individual de niños y adolescentes, a costa, claro, del rating individual del jugador “de club” adulto. Incluso a nivel de élite se nota también el impacto del periodo 7-17 años. Los jugadores de élite son cada vez más jóvenes, lo que es indicador no tanto de una madurez intelectual más precoz como de una absorción más rápida y amplia de la teoría de aperturas.
Adrian de Groot, Fernand Gobet, todos los psicólogos que han estudiado en qué se basa la pericia ajedrecística, la expertise, han destacado el papel de los “patrones” aprendidos, algo que tiene su correlato en la neurociencia con las llamadas “neuronas concepto”, y en el mundo de la informática con el diseño de “redes neuronales”. Ellos nos han enseñado que cuando comparamos el rendimiento de dos personas en una tarea intelectual, no estamos comparando la inteligencia pura sino un producto derivado de esa inteligencia, la pericia o expertise, en el que repercute considerablemente la calidad y la cantidad del aprendizaje. La inteligencia pura, como decía Piaget, “no es lo que se sabe hacer, sino lo que se hace cuando no se sabe” (v. este artículo sobre ajedrez y epistemología genética). La inteligencia pura es la facultad de crear nuevas neuronas-concepto e integrarlas en redes neuronales.
¿El Ajedrez 960 va a acercar el ajedrez a un juego de inteligencia pura? Me temo que la respuesta es NO, que el ajedrez seguirá siendo un juego mayoritariamente dependiente de la cantidad y calidad del aprendizaje, de la pericia, del expertise. Ciertamente, la introducción del Ajedrez 960 enviaría a las librerías de viejo un montón de libros, dejaría obsoletas y obligaría a contabilizar como pérdidas los stocks de títulos en los fondos editoriales, obligaría a reconvertirse a miríadas de monitores, entrenadores y youtubers. Y todo, para sustituirlos por otros libros, otras escuelas y teorías, y otros monitores, entrenadores y youtubers. Habrá una nueva teoría de aperturas. Su contenido será más genérico, más conceptual quizás. Las trampas y celadas no tendrán, quizás, esos nombres que les dan el aroma de la tradición, sino que serán más parecidas a los trucos y trampas que ahora podemos encontrar en la teoría de finales. La teoría de finales, por cierto, es completamente válida para el Ajedrez 960.
Y pues si todo cambia para que nada cambie, ¿vale la pena el Ajedrez 960?
Pues probablemente sí, como medida higiénica. Enfrentarnos a las posiciones aleatorias del nuevo ajedrez quizás nos estimulará a pensar por nosotros mismos haciéndonos menos dependientes del “¿y aquí qué se jugaba?, no me acuerdo”. Quizás evite algunos de esos horribles y estúpidos errores cuando confundimos el orden o el momento en el que se realiza tal o cual movimiento. Es decir, quizás nos enseñe a jugar la apertura con una pericia un poco más genérica y, quizás, con un poco, solo un poco más de inteligencia.
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