Gens Una Sumus???

He seguido los prolegómenos del proceso electoral 2020 a la FNA mucho más de cerca de lo que corresponde a mi casi nulo conocimiento de los entresijos del ajedrez navarro. Lo suficiente para pensar que tenía fundamentos para dar una opinión sobre lo que estaba ocurriendo en forma de viñeta goyesca.


Pero me acaban de llegar tres imágenes por wasap. Son éstas, y anuncian que la ya conocida candidatura de Sergio Anguas se reconvierte en candidatura conjunta con Mariano de Pablos.

No he tenido aún ocasión de conocer o siquiera coincidir con Mariano de Pablos. Sé, porque está en info64, que juega en Oberena, y puedo suponer también que es oberenista. Lo que sumado a la trayectoria Orvina-Mikel Gurea de Sergio Anguas, perfila una candidatura bastante transversal que da cierto crédito a estas palabras de su programa electoral: “la federación no debe ser en ningún momento un espacio de pugna entre los clubs más poderosos, sino un lugar de encuentro en el que tratemos de lograr un bien común para todos”.

De esta forma quedaría desmentida mi visión de lo que ocurre en el ajedrez navarro, mi viñeta goyesca. Ojalá sea así y, aunque no triunfen en las elecciones, realmente se haya hecho carne ese espíritu de unidad.

Podría poner aquí un punto y final esperanzador, buenista, a este artículo que empezó con un sarcasmo tan amargo. Pero no puedo. Aunque novato en el ajedrez navarro, uno es perro viejo, muy viejo, para saber que muchas veces, si no las más, la bandera de la unidad se levanta como bandera de facción contra otra facción o partido.

¿Cómo saber entonces quién es o no sincero al enarbolar la bandera de la unidad? Solo hay una lámpara de Diógenes que sirva para encontrar hombres honestos: la coherencia de sus actos, de su trayectoria. Pero no es fácil iluminarse con ella, pues cuando hay conflicto cada parte enfoca su linterna para que los demás confundan su luz interesada con la luz de la verdad.

Esperemos que las palabras de este programa electoral no hayan sido usadas en vano ni se desgasten en este rifirrafe ni en los cuatro años que seguirán, y siga valiendo la pena apostar por ellas en 2020 y en 2024.


Post Scriptum 14-09-2020.: Parece ser que se ha malogrado la confluencia entre los dos candidatos Mariano y Sergio. Esos zigzags o arrepentimientos suelen o deben tener un coste para uno de los dos (o para los dos). Deberían explicarse o explicarlo. Pero estas elecciones son muy atípicas: los candidatos no hacen campaña en espacios públicos que todos podamos observar (facebook o algún espacio web creado específicamente para comunicar sus proyectos, sus tomas de posición). Todo transcurre por un boca a boca, teléfono a teléfono, mensajes de wasap y -hay que decirlo- cabildeo entre notables de tal y cual club. Sencillamente, brilla por su ausencia la apelación al ajedrecista de a pie, sin etiqueta de club, sin filias-fobias, al único que podía realmente sentirse interpelado por el Gens Una Sumus.

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El origen judío del ajedrez moderno

Lucena: la evasión en ajedrez del converso Calisto, es un libro del alcoyano Ricardo Calvo que dibuja el nacimiento del ajedrez moderno en la España de finales del XV tanto desde un punto de vista puramente técnico-ajedrecístico como sociohistórico. Su primera y única edición es de 1997, en una editorial muy menor ya desaparecida, Ediciones Perea, cuyo catálogo, reconstruido a través de las consultas a plataformas de venta de libros usados, poco o nada tenía que ver con el ajedrez.

La obra de Ricardo Calvo merece ser reeditada para ponerla al alcance no solo de los aficionados al ajedrez sino de los interesados en la literatura y la historia de la España de los Reyes Católicos. Quizás su problema es que tira de tres hilos muy dispares entre sí que desde una perspectiva de mercado puede que no sumen lectores sino que los dividan: el origen del ajedrez moderno, el problema de la autoría de La Celestina y, finalmente, la persecución de la minoría religiosa judía y judeoconversa en la España de los Reyes Católicos. Todo ello, centrado en la figura del autor de la obra Repetición de amores e arte de axedres, impresa en Salamanca en 1497, quinientos años antes justos y exactos que el libro de Ricardo Calvo.

Puede parecer que no serán muchas las personas que puedan apreciar un mix semejante, tan sólo heterodoxos y polifacéticos como el prologuista del libro, el dramaturgo y ajedrecista Fernando Arrabal. Puede que sea así. Pero la obra tiene un valor intrínseco que debe mantenerse en circulación como aliento para que otros y otras la superen.

El manuscrito de Lucena y La Celestina.

Como su propio título anuncia, Repetición de amores e arte de axedres, el incunable salmantino tenía dos partes que no se mezclaban, como el aceite y el agua. La Repetición de amores es una parodia de una disertación académica que arranca de una escena idéntica a la del acto IV de La Celestina, de la que constituye por tanto un antecedente de tema. Pero el estudio de Ricardo Costa encuentra otros préstamos de estilo y conexiones biográficas entre Lucena y Fernando de Rojas, además de su mutua condición de judeoconversos, lo que coloca la Repetición de amores dentro del tema discutido de la autoría de La Celestina. (Hay quién considera «Lucena» un mero seudónimo de Fernando de Rojas, y a éste, hijo ilegítimo de Juan Ramírez de Lucena)

Queda para la especulación adivinar qué pretendía Lucena colocando en el mismo libro una pieza literaria como preámbulo de 70 páginas a un tratado de ajedrez que ocupa otras 170.

El origen del ajedrez moderno.

La historia del ajedrez está trazada en la imponente obra de H. J. R. Murray A history of chess, publicada en 1913 por Oxford University Press y no reeditada desde entonces (hay alguna pista de una segunda edición en 1969), a pesar de ser la referencia con sus 939 páginas de todo lo que después se ha escrito sobre historia del ajedrez.

Sabemos que el ajedrez medieval, firmemente emparentado con el árabe y persa, era muy diferente del actual en cuanto a los movimientos de la dama (alferza en el medievo/árabe/persa) y del alfil. Las modificaciones en el juego se introdujeron en la segunda mitad del siglo XV en el ámbito mediterráneo de la Corona de Aragón. Fue una modificación súbita, tan fulminante y generalizada que la distinción entre “ajedrez viejo” y el nuevo “ajedrez de la dama” desapareció con la generación que lo vivió y conoció los dos. El nuevo ajedrez tenía, en comparación con el medieval, tal viveza y chispa que los italianos lo denominaban ajedrez “alla rabiosa” y los franceses “de la dame enragée”. La dama rabiosa barrió del tablero al viejo ajedrez a la velocidad del rayo.

El nuevo estilo de juego probablemente se adaptaba más a un mundo que había visto estrecharse las distancias y acelerarse los acontecimientos. Su difusión por el ámbito mediterráneo y el centro y norte de Europa fue tan rápida que apenas podemos trazar su recorrido.

Murray, a diferencia de su amigo y predecesor Von der Lasa que se decanta por un origen español, era de la opinión de que el nuevo ajedrez probablemente se había originado en Italia, por algunos indicios que apuntan a que ésta fue la vía de entrada en Francia y Alemania. Los indicios son francamente débiles, cuando no inexactos. Por ejemplo, que la denominación francesa “de la dame enragée” parece estar tomada del italiano “alla rabiosa” (¿y por qué no al revés?) O que en un libro alemán de 1536 el nuevo ajedrez es nombrado como “welsches Schachspiel”, que Murray traduce como “ajedrez italiano”, lo que no resulta muy acertado, pues también podría significar francés o simplemente occidental.

Que el ajedrez hubiera llegado a Francia desde Italia y a Alemania desde Francia o Italia, no es para nada incompatible con el origen español del nuevo ajedrez, más aún si ese origen español se concreta como valenciano, en el área de influencia de la Corona de Aragón, dominadora en Italia. ¿Habrá que recordar que los Borgia, que señorearon en Roma e Italia justamente por esas fechas, son de origen valenciano?

Murray conocía el manuscrito valenciano Scachs d’amor, una obra en 64 deliberadas estrofas redactada con la explícita intención de enseñar y difundir las reglas del nuevo ajedrez. Esa intención, ya de por sí, hace suponer que las nuevas reglas eran poco o nada conocidas. Murray no podía fechar el manuscrito con exactitud, tan sólo como redactado a finales del siglo XV. Ha resultado ser, según estudios de Ricardo Calvo y posteriormente de José Antonio Garzón, más antiguo de lo que suponía Murray y el más antiguo de los documentos que evidencian el nuevo ajedrez. Scachs d’amor, por ciertos detalles de la biografía de sus tres autores que Ricardo Calvo pone en orden, pudo haberse escrito en una fecha tan temprana 1475, y no es plausible que se compusiera después de 1488.

Más aún en favor del origen valenciano: el incunable perdido de Francesch Vicent, impreso en Segorbe en 1495, es probablemente la fuente de la obra de Lucena. El impresor de la obra de Vicent, Lope de Roca Alemany (alemán), está conectado con el grupo de ajedrecistas de Scachs d’amor, pero también con los impresores alemanes Leonardo Hutz y Pedro Hagenbach. Los tres fechan sus primeros trabajos, y los primeros de la imprenta en España, en Valencia. Hutz se desplazó ese mismo año de 1495 a Salamanca (¿con el libro de Vicent ya en su poder?) y compuso a encargo de Lucena la Repetición de amores e arte de axedres, mientras que Hagenbach se trasladó a Toledo y allí dio a luz en 1500 la primera o una de las primeras ediciones conocidas de La Celestina.

El análisis que realiza Ricardo Calvo de los 150 diagramas recogidos en el libro de Lucena, de su coherencia interna y criterios de ordenación, le lleva a concluir que recoge los 100 diagramas de la obra de Vicenc más 50 añadidos por el propio Lucena tomados de otras fuentes.

(Posteriormente a la obra de Ricardo Calvo, el valenciano Jose Antonio Garzón ha reconstruido el éxodo de Francesch Vicent a tierras italianas, huido de España por su condición judía. Se le puede identificar con el Francesco Spagnuolo profesor de ajedrez de Lucrecia Borgia, y como autor de dos manuscritos de ajedrez sin firma aparecidos en Cesena y Perugia, lugares vinculados a los Borgia, trufados de expresiones valencianas y cuyo contenido ajedrecístico se puede vincular al del incunable desaparecido. Más aún, Jose Antonio Garzón defiende que el autor del libro de Damiano (Roma, 1512), el libro de ajedrez más editado de la historia, no era otro que ¡Francesch Vicent! Todo esto parece un poco de película, pero esa ocultación de nombres tiene sentido y era habitual en el ámbito judeoconverso. La encontramos también en Lucena, en Francisco de Rojas, y en general cuando se quiere ocultar la propia autoría para esconderse de la persecución inquisitorial. Es plausible que un judeoconverso exiliado de España no quisiera delatar su presencia en tierras italianas y se escondiera detrás de un Damiano, judío portugués exiliado como él, que en país extranjero no escribe en su lengua materna sino en la castellana)

El papel de las élites judeoconversas en el origen del ajedrez moderno.

A todo lo anterior hay que añadir que las pesquisas biográficas sobre Lucena, sobre su padre el protonotario Juan Ramírez de Lucena y sobre los tres autores de Scachs d’amor,  Francesch de Castellví , Narcís Vinyoles y Bernat Fenollar, permiten suponer que algunos de ellos llegaron a conocerse en sus viajes a o desde Italia a través del puerto de Valencia como altos cargos de la Administración de Fernando el Católico. Y si la estirpe judeoconversa de los Lucena está firmemente documentada, Ricardo Calvo añade indicios que sitúan también en el ámbito judeoconverso a los tres autores del poema Scachs d’amor.

Podríamos hablar por tanto de un núcleo de aficionados ajedrecistas judeoconversos (más aún si incluimos a Francesch Vicent) cuya posición en la Administración de Fernando el Católico (y en la corte de los Borgia, si incluimos a Francesc Vicent) les dota de influencia social y movilidad geográfica internacional, en especial hacia y desde Italia. Ésta es la más plausible de las vías de difusión del nuevo ajedrez desde su origen valenciano, junto con otras dos realmente tristes: la diáspora judía de 1492, consecuencia de su expulsión, y el exilio voluntario de judeoconversos huyendo del terror inquisitorial, como Lucena y el propio Francesc Vicent. 

El autor.

Para terminar esta entrada, no me queda sino reseñar la figura del autor.

No sabía yo nada de él, ni siquiera había escuchado o leído su nombre, hasta que hace unos meses empecé a interesarme por el origen del ajedrez moderno. La curiosidad de mis pesquisas hizo que muy pronto aflorara “Ricardo Calvo” y un detalle relevante para mí: era de Alcoy.

No voy a copiar y pegar lo que hay de él en la Wikipedia. Nacido en 1943, fallecido en 2002. No le tocaba. Lo dice Leontxo en esta necrológica, que también apunta los principales rasgos por los que será recordado mientras haya alguien que lo recuerde: no solo jugador, y de los buenos, sino hombre de cultura diversa (como tiene que ser la cultura), historiador del ajedrez, políglota, médico, y un luchador por la transparencia y la verdad. También este enlace de su periodo canario nos da una visión coincidente con la de Leontxo, pero más detallada, concreta, llena de detalles personales y con muchas fotos que nos hacen más tangible la persona que fue.

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Leer ajedrez

Libro de axedrez, dados e tablas de Alfonso X el Sabio (ca. 1252-1284)

Me gustaría leer (o escribir, que es un poco lo mismo) una historia del libro de ajedrez a semejanza de esas otras historias del libro que enhebran en un mismo hilo las aventuras de los incunables renacentistas y las historias arcanas de códices, pergaminos y papiros de tiempos remotos. Por supuesto, esa historia del libro de ajedrez o de la lectura de ajedrez empezaría muchos siglos pero muy pocas líneas antes del Libro de axedrez, dados e tablas de Alfonso X el Sabio (ca. 1252-1284). Se detendría morosamente con el primer libro impreso conservado, el de Lucena en 1497, para lamentar la pérdida del primero conocido, el incunable del valenciano Francesc Viçenc, impreso en Segorbe en 1495. Y seguiría con un hilo principal y muchas, muchas variantes.

Pero en este mundo de chispazos hay que ir lo más directo posible a las conclusiones. Y la conclusión a la que quiero llegar es ésta: a diferencia del libro normal, del libro a secas, que sigue y mantiene su curso con más o menos caudal, aunque haya perdido su centralidad en el mundo del conocimiento y la cultura, el libro de ajedrez tal como lo conocimos está en jaque tras el impacto de la Revolución Digital, y se pueden analizar ya los movimientos que quizás lleguen a darle mate para entronar a un nuevo rey.

Un excurso por los sistemas de escritura.

Todo sistema de escritura evoluciona con su uso. Si la vida social se hace más densa, más rica, la escritura va ampliando su ámbito, mejorando el soporte material, y desarrollando y perfeccionando el sistema de signos.

En la mayoría de los sistemas de escritura cuya historia se ha podido trazar, los signos acaban por adquirir un valor fonético que no tenían de inicio, para representar primero sílabas y finalmente fonemas: consonantes y vocales. Nace así la escritura alfabética, de gran economía de signos (veintisiete el inglés, p.e.) respecto a una escritura ideográfica/logográfica, que puede tener decenas de miles, como el chino. Pero esta economía de signos se produce a costa de un alargamiento del vínculo entre el significante, la parte sensorial del signo, y su significado. El signo escrito remite al signo oral que a su vez remite al significado. Es importante entender esta idea del “alargamiento” del vínculo porque hablaremos de ello a propósito de la escritura ajedrecística, sometida ahora a un proceso contrario de acortamiento del vínculo.

Durante muchos siglos, y también para el niño que aprende a leer, lo común es hacerlo en voz alta y que sea la palabra oída la que entregue a la mente el significado. Es conocida la anécdota, el asombro de San Agustín cuando observó que Ambrosio, obispo de Milán, leía en silencio. Porque lo habitual en la Antigüedad y en la Edad Media ha sido que el individuo leyera recitándose lo que sus ojos veían. Como habitual y práctica común en todos los tiempos ha sido que alguien se encargue de leer un texto en voz alta para muchos otros.

Es la imprenta y con ella la generalización de la lectura, la que produce el lector silente habitual que hoy conocemos. Podemos pensar, quizás, que ese lector silente está utilizando su lenguaje interior, pronunciándose internamente las palabras. Pero sea pensamiento o sean palabras, es un hecho constatado que el lector competente-silente lee mucho más deprisa que si pronunciara para sí mismo o atendiera a una explicación oral. El lector competente realmente tiene dos sistemas de signos paralelos: el lenguaje oral y el lenguaje escrito. En cada uno de ellos un significante sensorialmente distinto, la palabra escuchada o la palabra leída, remite a un mismo significado.

Otro ejemplo que también ilustra esta diferencia: los que han adquirido una competencia básica en un idioma extranjero por inmersión lingüística oral a temprana edad, aunque estén alfabetizados suelen enfrentarse a un texto escrito en ese idioma pronunciando las palabras, leyendo en voz alta como los niños o las personas no muy letradas. En cambio, quienes han aprendido ese idioma extranjero de una manera libresca, a base de diccionario y gramática, pueden llegar a leerlo y escribirlo con fluidez y ser absolutamente incompetentes si se ven expuestos a una situación oral.

Y el ajedrez, ¿cómo se escribe?

Algo parecido a la aparición de la imprenta está ocurriendo con el ajedrez. Hasta hace menos de doscientos años la escritura ajedrecística no había generalizado un sistema de signos propios, y por tanto no se había distinguido de la escritura común. A modo de ejemplo extremo de la ausencia de un sistema de escritura ajedrecística, veamos como describe Ruy López la posición inicial de las piezas en su Libro de la invención liberal y arte del juego del Axedrez (1561) totalmente carente de diagramas:

Ármanse de esta manera. El rey blanco a mano derecha, y en casa negra: en la cuarta casa de la primera línea: porque en la primera se sitúan las piezas. Tras el rey luego el arfil de rey en casa blanca. Luego el cavallo del rey en casa negra: luego en la última casa, el roque del rey en casa blanca….”

Y esto sería una línea de apertura:

«Llevando el Blanco la mano jugará el peón del rey quanto va. Si el negro jugare el peón del rey quanto va, el bl. jugará el peón del arfil de la dama una casa. Si el neg. jugare el cauallo del rey ala 3 del arf. por tomar el peón: el bl. jug.la dama ala 2 de su ar. Si el neg.jug.el arf.del rey ala 4 de su arfil de su dama…»

Lo que viene a ser: 1.e4 e5 2.c3 Cf6 3.Dc2 Ac5 en notación algebraica o 1.P4R P4R 2.P3AD C3AR 3.D2A A4A en la notación descriptiva tan común hasta hace poco.

Se aprecia cómo Ruy López tiende a abreviar “bl.” por “blanco”, “neg.” por “negro”, “arf” por “arfil”, etc. Y también, el embrión de la notación descriptiva en la utilización de la posición inicial de las piezas para referirse a las columnas: peón del rey, peón del alfil de la dama, etc…

Los diagramas son habituales en los libros de ajedrez previos a la imprenta, manuscritos, seguramente porque el coste de dibujarlos no es mucho mayor que el de caligrafiar una página. También son frecuentes en las primeras décadas después de Gutenberg (1450), porque las obras impresas toman como modelo y compiten con los manuscritos que se conservan en las bibliotecas. Los diagramas de estas primeras obras impresas no están compuestos con la técnica de tipos móviles, como en el siglo XIX y XX, sino que son grabados, normalmente en madera y por ello bastante toscos. Desaparecen progresivamente del ajedrez impreso hasta que bien entrado el siglo XIX se aplicó el sistema de tipos móviles al diagrama ajedrecístico, inicialmente no con figuras sino con letras (compárese en la galería de ilustraciones que siguen las de la revista francesa Le Palamède en 1836 y 1845).

En fin, el proceso histórico, todos los balbuceos, tanteos, avances y retrocesos de la escritura ajedrecística antes y después de la imprenta, merecen de por sí una entrada aparte. No nos detenemos más para centrarnos en el punto de llegada, que es:

Un libro de ajedrez del siglo XX, de finales del XIX o principios del XXI se compone de dos elementos conjugados: diagramas y notación ajedrecística. Si tenemos en cuenta los comentarios en texto llano insertados dentro de una partida, pero también antes y después de cada partida, los elementos de un libro de ajedrez son tres: diagramas, notación y texto.

El espíritu de la Apertura, Ricardo Aguilera 1973. Un libro que se puede leer en la almohada

Hasta tiempos muy recientes prácticamente ningún libro de ajedrez podía leerse sin un tablero al lado en el que transcribir las jugadas anotadas en el texto. Salvo la posición de inicio de partida, que se puede omitir por obvia, toda secuencia de jugadas se presenta con el diagrama que muestra la posición. Y a partir de ahí, la pregunta para cada uno de nosotros: ¿cuántos movimientos somos capaces de seguir mentalmente? La respuesta es la misma para todos: muchos menos de los que recogen habitualmente los libros de ajedrez al pie de cada diagrama. Y

Aperturas semi-abiertas (Ludek Pachman, ca. 1970)

aunque sean secuencias no muy largas, hay que tener en cuenta las variantes y subvariantes que te hacen volver atrás y adelante y comparar dos o más posiciones finales que se han desvanecido de tu mente. Solo algunas obras con un enfoque para principiantes o de divulgación pueden leerse con la luz de la lamparita de nuestra mesilla de noche. Compárese un libro clásico de aperturas de hace cincuenta años (Ludek Pachman) con otro coetáneo divulgativo de aperturas (Ricardo Aguilera) El libro de Ricardo Aguilera se puede leer en la almohada, el Pachman no.

Korchnoi recomendaba leer libros de ajedrez sin tablero como un ejercicio de preparación para un torneo inminente, de la misma forma que otros preparadores suelen recomendar jugar alguna partida a la ciega. Ningún preparador, en todo caso, recomienda abusar de este recurso mentalmente agotador. Y desde luego, aquí no estamos hablando de jugadores de muy alto nivel capaces de jugar a la ciega, ni tampoco la finalidad de nuestra lectura es agilizar el cálculo mental con vistas a un torneo. Somos meros aficionados, jugadores “de club” que tratamos simplemente de leer un libro de ajedrez, de comprenderlo.

La notación que usan los libros debería ayudar y no dificultar. La notación actual algebraica, como la anterior descriptiva, aunque no deja ambigüedad en su transcripción de los movimientos, no es la que más ayuda por su parquedad, por su desdén en explicitar la información no imprescindible. ¿Qué problema hay en que los movimientos se anoten con redundancia explícita? ¿Por qué un movimiento como Axf3 no puede escribirse Ag4xCf3 y un Af3 como Ag4-f3? Ayudaríamos a nuestra representación mental del tablero mientras leemos y, si los utilizáramos para anotar las partidas, subsanaríamos con mayor facilidad esos pequeños errores en que incurrimos tan a menudo y que a veces nos dejan perplejos cuando días después transcribimos la partida sobre un tablero, quizás digital, para archivarla en esa base de datos que hemos bautizado “Mis Partidas”.

El tablero es herramienta imprescindible, el equivalente de la lectura en voz alta de los tiempos antiguos. Por ello, un libro de ajedrez se lee muy despacio. Todo el trasiego de la mano moviendo las piezas y volviéndolas a colocar para reiniciar otra y otra variante, llevando la vista del libro al tablero y del tablero al libro, verificando la corrección de la transcripción inversa, todo eso distrae la mente de lo que está deseando: comprender esa posición, ese diagrama, las posibilidades que encierra. Otra cosa es el placer, la delectación casi fetichista con la que acariciamos los trebejos y los desplazamos a una y otra casilla. Si en el mundo hubiera solo una docena de libros de ajedrez, apenas los impresos entre 1495 y 1820, ésa sería la forma de disfrutar leyéndolos.

Página del Informator nº 1, 1966

Pero no es así. El número de libros de ajedrez ha crecido y crecido durante el siglo XX. Y no solo los libros: la información ajedrecística en forma de revistas y boletines. La escuela soviética de postguerra, liderada por alguien tan sistemático como Botvinnik, acumulaba cuanta información podía recopilar sobre las partidas jugadas por todos sus rivales, exhaustivizando su preparación para los matches individuales y para las olimpiadas por equipos. Tanto es así que en 1966, en la otra gran potencia ajedrecística rival, Yugoslavia, nace el Informator, una publicación semestral, luego cuatrimestral y finalmente trimestral de todo cuanto se juega en el mundo al nivel de los mejores. Su primer número, que abarcaba del 1 de enero al 30 de junio de 1966, dedicaba 141 páginas a la transcripción de 466 partidas. La revista tuvo tanto éxito de salida que un campeón mundial (1963-1969) como Tigran Petrosian se chanceaba de las jóvenes generaciones llamándoles “hijos del Informator”. Lo cuenta precisamente uno de esos hijos, Kasparov, participante decisivo en el siguiente salto en la escritura ajedrecística: 1985.

Ese salto en realidad fue un triple salto en paralelo, que merecería también un capítulo aparte si no fuera tan reciente y no estuviera inconcluso. Visores de ajedrez, bases de datos de ajedrez y motores de ajedrez, son las tres patas de la revolución digital en el ajedrez. Aunque en este momento solo nos interesen los visores de ajedrez, ninguna de las tres avanzó sin apoyarse en las otras.

Pata primera: los motores.

La aplicación de la informática al ajedrez comenzó al poco de concluir la II Guerra Mundial, con los primeros ordenadores. Se focalizó muy pronto como una competición por desarrollar el mejor programa para jugar al ajedrez, algo fácil de determinar arreglando enfrentamientos y torneos entre esos ordenadores-programa. Con la tecnología informática de la época, el software era muy dependiente del hardware para el que había sido concebido y sobre el que se ejecutaba, por lo que la competencia entre programas de ajedrez tenía también una faceta de competencia entre fabricantes de ordenadores.

En esa carrera de los años 50, 60 y 70 preocupaba más cómo representar la posición del tablero y el árbol de juego internamente en la memoria de la computadora, así como las estrategias más eficientes de cálculo, que amabilizar la comunicación con el ser humano. Los dispositivos de entrada y salida eran los propios de la época, absolutamente espartanos aunque entonces eran el colmo de la sofisticación: el teletipo o la impresora, la consola en pantalla en modo carácter con su cursor parpadeante, y el teclado. La comunicación con el jugador humano y los espectadores: un tablero de ajedrez en el que replicar manualmente las jugadas hacia y desde la computadora.

Primera GUI documentada: TCR (tubo de rayos catódicos) y light pen

La primera GUI (Graphical User Interface) aparece hacia 1970 y solo el empuje de los ordenadores personales de los 80 y las interfaces gráficas típicas de los juegos por computadora la llevó hacia el estado actual. No obstante, el impulso a las formas de representación digital de posiciones de ajedrez seguro que allanó un poco el camino para el diseño de bases de datos ajedrecísticas: uno de los “trucos” de los primeros programas fue mantener en memoria las posiciones halladas y valoradas durante el proceso de exploración, y acceder a ellas eficientemente, para ahorrar el tiempo de computación necesario si se volvía a llegar a esa misma posición como consecuencia de alguna transposición de movimientos, algo muy común en la estrategia de fuerza bruta de los ordenadores. De ese truco derivan hoy los programas que permiten a cualquiera que tenga en su computadora personal una base de datos equivalente a decenas de miles de Informator, realizar búsquedas de posiciones puntuales de juego, saber cuántas veces se ha jugado, con qué estadísticas de resultado favorable a blancas/negras, y sobre todo seguir las continuaciones de las partidas más representativas por la fuerza de ambos jugadores y entender o tratar de entender sus ideas, planes, motivos tácticos…

Pata segunda: bases de datos.

Kasparov y Frederic Friedel-1985 “Esto es lo más importante que ha pasado en el ajedrez desde la invención de la imprenta”

Navidad de 1985. Garry Kasparov estaba en Hamburgo para un duelo con Robert Hübner y unas simultáneas de propina. En los últimos quince meses había disputado 72 partidas contra Karpov y estaba a la espera de disputar otras 24 en el verano de 1986. Solo a alguien con la vitalidad de un muchacho de 22 años, de ese muchacho que se llamaba Garry Kasparov (Karpov supo en carne propia de su energía), pudo ocurrírsele aprovechar la interrupción del evento ajedrecístico el día de Nochebuena no para descansar o distraerse, sino para presentarse en casa de un periodista alemán bastante puesto en los avances de la computación ajedrecística y con el que apenas había intercambiado algunas palabras cinco años antes (¡con 17!) en la cena de clausura del campeonato mundial juvenil en Dortmund (ganado por Kasparov, claro). Allí, después de la cena a la que se había autoinvitado o quizás al día siguiente, le expuso lo que él quería de los ordenadores: una versión electrónica del Informator. Cinco meses después, el 19 de mayo de 1986, mientras jugaba un torneo en Basilea, ese periodista y un estudiante de física alemán le presentaron un prototipo sobre un Atari que le hizo exclamar después de cerrar los ojos durante un minuto: “Esto es lo más importante que ha pasado en el ajedrez desde la invención de la imprenta”. Los “hijos del Informator” habían dado paso a la generación de ChessBase. La historia ha sido contada por sus protagonistas aquí y aquí.

Pata tercera: visor de ajedrez.

Acabo de contar el nacimiento de ChessBase. Pero en realidad lo que Matthias Wüllenweber llevaba en el diskette de su Atari, a tenor de lo que cuenta Frederic Friedel, era un mero visor de ajedrez con algunas partidas de demostración. Hoy sí, el producto acabado ChessBase, que ha sido replicado y copiado por muchos otros, es una base de datos de partidas de ajedrez, un “Informator” que puede consultarse de muchas maneras que interesan a un ajedrecista: por jugador, por apertura, por posición de tablero… Incorpora también un motor de ajedrez (curiosamente llamado Fritz=Frederic) que puede revisar cualquiera de esas partidas movimiento a movimiento señalando los errores o validando las jugadas correctas, o puede simplemente servir de sparring para entrenar o pasar el rato.

ScidvsPC

Nada de ello podría usarse sin el visor. Ver una partida, repasarla adelante y atrás con el ratón o el teclado, reproducirla automáticamente, navegar por las variantes, leer el texto de los comentarios justo al lado del tablero que reproduce la posición comentada, todo eso es una funcionalidad tan común que no nos asombra. Y sin embargo, deberíamos como San Agustín felicitarnos por ser capaces de leer en silencio, capaces de leer un libro de ajedrez sin necesidad de apoyarnos en un tablero a nuestro lado para ver las jugadas.

El visor está en todos los portales de ajedrez que ofrecen juego interactivo, entrenamiento táctico, aprendizaje de aperturas, etc... El visor de ajedrez está dentro de muchos blogs, como éste mismo aunque a la fecha que data este artículo aún no lo hayamos estrenado. Está en las páginas digitales de periódicos como El País. Está en forma de plugins o componentes disponibles para los principales CMS (=gestores de contenido, p.e. WordPress), que permiten ilustrar un artículo con la reproducción de una partida, un ejercicio o un problema. Hasta Google te ofrece un visor como extensión para su navegador Chrome. El visor de ajedrez es, también, el “reader” de muchísimos libros de ajedrez.

  • ChessBase. Si ChessBase no publicara libros de ajedrez, su negocio tendría las patas muy cortas: un software que de vez en cuando sufriría una restyling para hacerlo parecer que mejora, y la actualización de una base de datos de juegos de ajedrez que, por mucho que se juegue cada año, lleva una década por encima de los cinco millones de partidas y pronto alcanzará los diez millones. Podría vender un par de productos nuevos cada año, que para la mayor parte de sus clientes serían actualizaciones. Por eso hoy en día buena parte del negocio de ChessBase es la publicación de libros electrónicos de ajedrez, que lógicamente necesitan de su programa para ser visualizados, el mismo programa que se utiliza para consultar la “base de datos”.
  • El portal chess24.com, que apadrina Magnus Carlsen, también tiene una línea de libros electrónicos, por supuesto totalmente dependientes de un visor propio que requiere una conexión de internet para acceder al contenido. 
  • Everyman es una conocidísima editorial británica de libros de ajedrez convencionales, que además apuesta por el formato electrónico, bien utilizando el formato (y el visor) propietario de ChessBase, bien utilizando el estándar abierto PGN con un sencillo visor propio, pero que puede sustituirse por cualquier programa visor de bases de datos de ajedrez: ChessBase, Scid, ScidVsPC, ChessAssistant...
  • Chess Informant (Informator) puede suministrar la misma obra en papel o formato electrónico, bien en PGN o en el propietario de ChessBase.
  • New In Chess, una iniciativa holandesa nacida en 1984 y que compite exitosamente con Chess Informant, desdeña en cambio el formato abierto PGN y también el de ChessBase, y utiliza su propio visor, tanto para su revista como para los libros que publica.
  • Chess Assistant. Los competidores rusos de ChessBase. Lo mismo, en esencia pero en menos.

Limitaciones actuales del visor de ajedrez.

Hagamos balance. ¿Ha muerto el libro en papel, desplazado por el visor electrónico?

Todavía no. Un libro de ajedrez, decíamos más arriba, se compone de tres elementos: diagramas, notación y texto. El visor resuelve completamente el seguimiento de la notación actualizando el diagrama al instante. Pero no se ha conseguido todavía una buena integración con el texto. Veamos por qué.

Tecnología propietaria o abierta.

Los visores de ChessBase, chess24, NewInChess o Chess Assistant dan mejores resultados para el usuario que los visores de tecnología abierta que utilizan PGN, como Everyman, Scid o ScidvsPC. Pero no por la calidad del software. El visor no es un programa demasiado sofisticado. Es un problema del formato abierto PGN.

Los sistemas propietarios tienen el inconveniente, más allá de ser de pago, de que el usuario se encuentra en un sistema cerrado: no puede ver los documentos de una plataforma con el visor de la otra. Esta es una situación muy típica en informática que se utiliza para crear nichos de mercado propietarios y que tiende a decantar un dominador por encima del resto de competidores. Hoy ChessBase es el Microsoft del software de ajedrez.

Los problemas del PGN.

Estamos todos lo suficientemente viajados en informática para que no nos tengan que alabar las bondades de separar los programas de los datos, la tecnología del programa que muestra de los contenidos mostrados. ¿Admitiríamos que para perdernos por Internet necesitáramos un navegador diferente según qué páginas, sitios y blogs? No lo admitiríamos, pero ese riesgo ha existido y si no ha ocurrido ha sido porque tecnológicamente se ha evitado.

Separar los programas de los contenidos, en visores de ajedrez, pasa necesariamente por algún tipo de estandarización de datos. El problema de esa estandarización no es que no exista. Si no existiera, el impulso para crearla sería imparable. El problema es que ya existe, pero se ha quedado obsoleta.  Estamos hablando de PGN.

PGN es el acrónimo de «Portable Game Notation» y nació en 1994. Según su propia definición (https://www.chessclub.com/help/PGN-spec):

PGN es un estándar diseñado para la representación de datos del juego de ajedrez usando archivos de texto ASCII. La intención de la definición y propagación de PGN es facilitar el intercambio de datos de juegos de ajedrez de dominio público entre jugadores de ajedrez (humanos y máquinas), editores e investigadores de ajedrez informático en todo el mundo.

PGN no pretende ser un estándar de propósito general que sea adecuado para cada posible uso; ninguna norma de este tipo podría cumplir todos los requisitos concebibles. En cambio, PGN se propone como una representación portátil universal para datos intercambio. La idea es permitir la construcción de una familia de aplicaciones de ajedrez que pueden procesar rápida y fácilmente datos de juegos de ajedrez utilizando PGN para importar y exportar entre ellos.

El estándar PGN consiguió lo que pretendía. Ha hecho posible el intercambio de datos de juegos de ajedrez entre máquinas, aplicaciones y jugadores. Como se dice en el Génesis cuando la Humanidad se lanzó a la tarea de levantar una torre gigantesca, «Si ahora, mientras son una sola persona porque todos hablan el mismo idioma, han comenzado a hacer esto, nada más tarde les impedirá hacer cualquier cosa que se propongan». Pero la torre se ha detenido, su base no se amplia y no puede crecer en altura porque al idioma común (PGN) le faltan palabras. Las carencias del estándar PGN son:

  • El jugador de blancas se llama… «About this Publication»!!

    No refleja una estructura jerárquica de documento (libro, sección, capítulo…) en el que las partidas incrustadas fueran su nivel más bajo. En consecuencia, hoy, cuando leemos un libro escrito en formato PGN, se nos presenta como una mera lista de partidas. En el ejemplo mostrado en la imagen adyacente, las «partidas» nº 1-2-3-5-10-17-24-29… no son tales, sino capítulos que organizan el contenido.

  • El campo para “Comentarios”, que anida o cuelga necesariamente de un movimiento de una partida:
    • Se utiliza abusivamente (e ineficazmente también) para insertar texto que no comenta ningún movimiento de una partida, sino que pertenece a otro nivel del libro: partida, capítulo, sección, introducción, prólogo, etc…
    • Está innecesariamente limitado tanto por juego de caracteres (un subconjunto de ISO 8859/1 en lugar de utilizar toda la riqueza de juegos de caracteres de que disponemos), como por la carencia de atributos de presentación del texto, como párrafos, tabuladores, sangrados, atributos de letra, etc… Es curioso como la necesidad, siquiera, de separar párrafos, lleva a Everyman a utilizar la secuencia de «- – -» (tres guiones consecutivos) como una marca separadora sustitutiva del viejo punto y aparte, del CR/LF de las viejas máquinas: retorno de carro y nueva línea.

PGN-XML: una propuesta.

Estas carencias se corregirían ampliando el estándar PGN sobre una base XML, que reformulara las actuales etiquetas PGN con arreglo a la sintaxis XML y diera cabida a nuevas etiquetas y a una jerarquía de documento en cuya base estuviera “la partida”, pero cuya cúspide fuera el libro. Pero ni siquiera hay que hacer la mayor y más compleja parte del trabajo, puesto que ya existen aplicaciones del estándar XML al objeto «libro» o «documento» a las que solo habría que agregarle un elemento en su base: la partida, el par <chessgame></chessgame> que contuviera dentro todo lo que el visor nos va a mostrar sobre el tablero electrónico.

Todas las tareas técnicas son sencillas en sí mismas: la definición del nuevo estándar PGN-XML; una herramienta de software para trasladar cualquier volumen de datos PGN al nuevo formato PGN-XML y viceversa; la sustitución de las rutinas que leen o escriben PGN para que lean y escriban también PGN-XML; y la adecuación de los visores para que muestren las partes puramente textuales del libro, con arreglo a su jerarquía y tipo de texto.

Más complejo, sin duda, es convertir esta propuesta en una iniciativa común que prenda entre los desarrolladores de software de ajedrez; que se defina y publique el nuevo estándar por parte de un ente o grupo con autoridad; que se incorpore a las herramientas existentes, empezando por las de software abierto; que aparezcan contenidos, libros, basados en el nuevo estándar…

Lo que no será nada fácil es empujar a los principales suministradores de contenido, singularmente al dominador ChessBase, desde sus sistemas propietarios al nuevo estándar abierto. La confusión de lenguas tiene poderosos intereses. Mientras tanto, el viejo libro en papel agonizará sin acabar de dejar paso al nuevo libro.

 

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Piaget y la mayeútica ajedrecística

Hace unas semanas publicábamos un artículo a propósito de la provocadora cita de Unamuno “el ajedrez desarrolla la inteligencia, sí, pero sólo para jugar al ajedrez”. Y hace poco, en sentido contrario, un artículo del filósofo y pedagogo Nicola Lococo interpretando el diálogo entre los dos jugadores de una partida de ajedrez como un ejercicio de mayéutica socrática: es decir, como un paradigma de praxis intelectual entre dos personas que colaboran en la búsqueda del conocimiento cuestionándose el uno al otro. ¿Pueden conciliarse puntos de vista tan opuestos? Veamos.

(este artículo se publicó originalmente en mikelgurea.com el 9 de febrero de 2020. Por ello, los enlaces anteriores remiten a ese otro blog)

El primero de los artículos concluía preguntándose que dirían Piaget o Vigotsky acerca de si el aprendizaje y la práctica del ajedrez en edad infantil ayudan a su desarrollo intelectual. Pues bien, desde la teoría piagetiana del desarrollo infantil se le puede dar una respuesta a esta pregunta que engancha además con la perspectiva mayéutica invocada por Lococo.

Voy a dar un pequeño rodeo a través de las ideas de Piaget y Vigotsky para establecer la primera premisa de este artículo: que la confrontación-diálogo entre dos o más personas es la forma original como surge el razonamiento lógico en el desarrollo infantil.

En el esquema piagetiano de desarrollo infantil, hay un salto, un rubicón alrededor de los 6-7 años. La edad no es ni mucho menos exacta, puede variar según individuos y entorno sociocultural, pero la mutación se da en todos los niños. Hasta esa edad aproximada el niño es “intelectualmente egocéntrico”. Entrecomillamos la expresión porque Piaget no utiliza el término “egocéntrico” en su acepción corriente, tal como lo definiría el diccionario de la RAE o como lo utilizaríamos en una conversación casual. Es importante entender lo que quiere decir Piaget caracterizando como egocéntrica la inteligencia del niño en el periodo aproximado de los 2-7 años. Importante para comprender la dificultad o incluso imposibilidad de jugar al ajedrez para los que aún no han dado el salto, aunque sepan las reglas y muevan las piezas correctamente. Importante también para comprender lo que de positivo puede aportar el ajedrez a esa edad en la superación de ese reto cognitivo.

Como dice Piaget y nadie se ha atrevido a contradecir, el ser humano recién venido al mundo no distingue aún entre su mismidad y la realidad exterior. El bebé es egocéntrico en un sentido absoluto. Desde ese instante inicial el desarrollo humano es un proceso de autoconciencia y descentración, un ejercicio creciente de objetividad que solo termina cuando el ser humano hace techo cognitivo. Al nacer, todo lo que percibe el recién nacido, empezando desde luego por la propia madre, es parte de él, de sí mismo. Va comprendiendo donde está la barrera entre el mundo exterior y él mismo a base de frustraciones, pero también de triunfos cuando da un paso adaptativo exitoso. “Va comprendiendo” quiere decir, ni más ni menos, que el niño construye en su interior, en su mente, los esquemas operativos necesarios para desenvolverse en la realidad, para saber que las ausencias de su madre son temporales y que volverá, o que la pelota que ha rodado y dejado de estar visible no es que haya dejado de existir, simplemente está oculta o tapada. Piaget coloca en el segundo año de vida, más o menos, el fin del estadio que denomina sensorio-motriz por la prevalencia de la conducta exploratoria física y sensorial en su desarrollo mental.

Con la aparición del lenguaje y hasta los 6-7 años aproximadamente, Piaget describe lo que etiqueta como estadio preoperacional, de una intensa actividad mental, pero que se rige por reglas muy diferentes de las del adulto y que los adultos solemos olvidar o desconocer. Una de ellas, el egocentrismo cognitivo. Un ejemplo de egocentrismo cognitivo sería este diálogo. Le preguntamos a un niño:

    • ¿Tienes un hermano?
    • Sí.
    • ¿Cómo se llama?
    • Carlos.
    • ¿Carlos tiene un hermano?
    • No.

El niño es incapaz de representarse mentalmente el punto de vista de su hermano Carlos y de otras personas en general. No se piense que un Sócrates, a base de preguntas, conseguirá llevar la luz a su mente si el niño no está maduro. Más bien puede ocurrir que el adulto con sus preguntas sugiera la respuesta y el niño nos la repita como un loro porque intenta dar satisfacción al adulto. Hay una barrera mental, el egocentrismo cognitivo, que el niño debe superar. Como adultos, nos sorprende descubrir que exista esa barrera porque vemos al niño como un igual a nosotros pero más pequeño, cuando de lo que deberíamos maravillarnos es de que los seres humanos hayamos desarrollado nuestra mente más allá de esa barrera innata tan natural.

Para Piaget, biólogo de formación, el acceso a una fase superior del desarrollo cognitivo es el resultado del conflicto con la realidad y de un proceso de adecuación a ella, similar o equivalente al proceso de adaptación de todos los seres vivos a su medio. Con la importante diferencia de que lo que en el resto de los seres vivos suele ser la adecuación de un órgano a una nueva función, en el ser humano consiste esencialmente en el desarrollo de un superinstrumento: la mente.

Vigotsky matiza o más bien amplia ese punto de vista señalando que la realidad a la que se adapta el individuo humano es abrumadoramente social, cultural. Y que todas las funciones mentales internas, intrapersonales, características del ser humano, aparecen primero en forma externa, como relaciones interpersonales. Por ejemplo, el reflejo del bebé de asir un objeto fuera de su alcance, un sonajero o un muñeco, es interpretado y devuelto por sus padres como gesto de señalar, generando así entre padres e hijos la primera palabra de un lenguaje mímico universal. El lenguaje propiamente dicho, aprendido-imitado de los adultos, se convierte progresivamente en un instrumento mental y el niño se habla a sí mismo, se repite las palabras y frases aprendidas para dirigir su propia conducta, al principio en voz alta y finalmente en silencio: ha aparecido el lenguaje interior.

Para Vigotsky, lo que rompe el egocentrismo cognitivo es la interacción social, el conflicto con los demás. Conflicto que se expresa en gran medida de manera lingüística, puesto que es el lenguaje el medio esencial que utilizamos para interaccionar. Son las frases contradictorias de los otros los primeros contraargumentos que el niño empieza a manejar mentalmente, como si fueran aprendices de la mayéutica socrática.

Y todo esto, ¿qué tiene que ver con el ajedrez?

Si observamos los primeros balbuceos ajedrecísticos de los niños que no han traspasado aún la frontera del egocentrismo, observaremos que es muy fácil que:

  • muevan alfiles, torres, dama y rey con soltura a través de diagonales, filas y columnas.
  • sepan mover los peones 1 o 2 casillas hacia adelante, y capturar en diagonal.
  • sepan mover el caballo según sus reglas de salto.
  • sepan ejecutar el movimiento del enroque.
  • designen los movimientos utilizando correctamente el sistema de coordenadas a1-h8.

Es decir, el niño mueve correctamente las piezas según las reglas del ajedrez. Y subrayo algo que puede parecer una obviedad pero que es un pequeño milagro de por sí: las mueve en su mente antes de moverlas en el tablero.

En contraste con esa capacidad, encontraremos que ese niño todavía en la fase egocéntrica tiene un importante déficit de intencionalidad en su juego:

  • capturará toda pieza o peón enemigo que se ponga a tiro de sus propias piezas o peones, pero curiosamente, los movimientos de mate, aunque sea meramente el mate en 1, le resultan invisibles.
  • con muchísima frecuencia moverá sus piezas y peones a casillas dominadas por el bando contrario y que pueden ser capturadas, para su sorpresa. Igualmente, apenas detecta las amenazas creadas por los movimientos del contrario . En definitiva, el cálculo combinatorio, la visión táctica, es prácticamente inexistente.
  • en la apertura puede dar la impresión de que desarrolla sus piezas con sentido, aunque en realidad está reproduciendo mecánica o memorísticamente las pautas de que el monitor le ha enseñado: avanzar los peones centrales, movilizar alfiles y caballos… Pero el niño no tiene un plan de desarrollo, carece de estrategia. Sus ojos y su atención fluctúan de una pieza a otra y de un lado a otro del tablero, sin evidencia alguna de que conecte unas piezas con otras, incluso aunque estén contiguas.

La ausencia de cálculo combinatorio es, en nuestra opinión, un reflejo de la incapacidad de asumir el punto de vista del contrario, como le sucedía al hermano de Carlos. De la misma forma, el movimiento que da mate se diferencia de la mera captura por el hecho de que incluye el cálculo de los movimientos del rey contrario: es un movimiento combinatorio que requiere incluir el punto de vista del contrario. El niño entiende y ejecutaría con gran alegría la captura del rey, pero no entiende tan fácilmente la posición resultante de mate, que en definitiva es el puro punto de vista del lado contrario. El mate deja insatisfecho al niño porque el triunfo para él consiste en la captura del rey, no en una sutileza, la red de mate, que él no percibe. Por ello, por esta incapacidad de ver el punto de vista contrario, no es de extrañar que el niño tampoco tenga una concepción global de la posición en el tablero, un plan, ya que más allá del esfuerzo de multiatención e integración que le supondría, son la posibilidad y la previsión de las acciones del contrario las que dan sentido a los planes estratégicos, por muy sencillos que nos parezcan.

Esta visión piagetiana de los balbuceos ajedrecísticos es congruente con un consejo firmemente repetido en los cursos para monitores de iniciación al ajedrez: antes de la edad para jugar al ajedrez, hay un estadio previo en el que el niño solo debe jugar con el ajedrez con el único objetivo de  familiarizarse con las piezas y sus movimientos así como con la geometría del tablero. Si el niño no ha madurado todavía, si no está lo suficientemente próximo al Rubicón que debe pasar para dejar atrás su egocentrismo, presentarle ejercicios tácticos y conminarle con ¡Piensa, piensa! no sirve más que para alimentar su frustración, y si ello no le lleva a dejar el ajedrez es porque, afortunadamente, el ajedrez sigue siendo atractivo a pesar de la torpeza de los adultos que presuntamente lo enseñamos.

Las partidas de ajedrez entre niños que no han desbordado el limes cognitivo del egocentrismo son o parecen “juegos paralelos”: dos niños que juegan uno al lado del otro, en compañía pero casi sin interaccionar. Casi: tan solo interaccionan con la alternancia de movimientos y con la realidad inevitable de que la pieza que captura uno de ellos es pieza que desaparece del tablero y que pierde el otro. Un «casi» que será suficiente para que, cuando llegue el momento, prenda en la mente infantil la semilla del pensamiento lógico-contradictorio. Es en este punto donde la magia mayéutica del ajedrez, el diálogo alterno entre los dos jugadores, puede convertirse en la pasarela para transitar rápidamente hacia el siguiente estadio, el de la lógica de las operaciones concretas, desarrollando su capacidad de ver las cosas desde la perspectiva de otra persona. El ajedrez, la partida de ajedrez, es un juicio contradictorio desarrollado en silencio entre las partes y cuya sentencia, dictada por las reglas del juego, se acata con un apretón de manos. En la vida, la confrontación, la cooperación y el diálogo son también procesos contradictorios más exitosos cuanto más racionales son las personas que intervienen en ellos dispuestas a acatar las reglas de la razón. Lo que sin duda sería del agrado de Sócrates y también de Unamuno.

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